domingo, 29 de junio de 2014

Entre basuras



Nunca había vivido una huelga de basura, las había visto por la tele en otras localidades como Madrid o Jerez y siempre había pensado que eso tenía que ser un putadon por los malos olores y el riesgo sanitario que conllevaba, pero curiosamente nunca me había parado a pensar como podía afectarme particularmente a mi moviéndome en silla de ruedas. Ahora después de 20 días de Huelga y de basura acumulada por todos los rincones de la ciudad puedo aseguraros que también en este marrón, como en casi todo, nosotros salimos mucho más jodidos.

Yo la verdad no sé quien tiene la culpa de toda esta movida, si  los trabajadores pidiendo la luna , si la empresa negándoles el pan o sal, si los sindicatos montando bulla para asegurar su propia supervivencia o si el gobierno municipal es también culpable por no tomar decisiones rápidas y poner a cada uno en su sitio.  Lo que si pienso y creo es que el derecho de algunas personas o colectivos a estas huelgas salvajes  termina cuando se pisotean los de una gran parte de la población que se siente rehén de este tipo de presión




Los primeros días yo veía en mi calle que las bolsas de basura que ya no cogían en los contenedor se iban acumulando a su alrededor sobre la acera. Como ni yo ni mis vecinos teníamos experiencia con estas movidas, las bolsas en vez de ponerlas hacia la calzada,  se iban depositando en el lugar más próximo, o sea sobre la acera hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir: el paso prácticamente se bloqueo. Para mí desde luego que sí, pero  también para el resto del personal ya que tenían que  moverse por un estrecho paso  y estar al loro para no pisar los desperdicios.


 Como ya no podía bajar mi calle por estar la acera bloqueada no me quedo otra que tirarme a la arena y moverme por la calzada como un cochecito mas, buscando refugio entre los coches aparcados cada vez que sentía algún vehículo a mi espalda a rebufo de mis ruedas. Es entonces cuando me veo obligado a meter el turbo y correr como alma que lleva el diablo buscando esos huecos donde parapetarme o alguna rampa que me lleve a aceras libres de porquería por donde poder moverme.
Se nota que voy viejo y ya no estoy acostumbrado a todo este tipo de peripecias, pues cuando era más joven (parece que estoy hablando del Mesozoico  cuando los dinosaurios poblaban la tierra) había muy pocas aceras rebajadas y las que había muchas veces constituían más bien  un peligro que había que evitar.
En aquellos años la única forma de moverse era por las calzadas y sería por la necesidad,  la juventud, la costumbre o todos estos factores juntos yo me movía de cine, zigzagueando entre los coches,  aún llevándome más de un susto con algún autobús.

Como no podía ser de otra manera muchas de las aceras de la ciudad, sobre todo las que tienen ya algún tiempo y son más estrechas les fue pasando lo mismo que a la mía  y la basura se ha adueñado de muchos de sus puntos de paso, con lo que nuestros movimientos por algunas zonas  se han limitado cuando no anulado.
Sabio refrán aquel que dice a perro flaco todos son pulgas,  ya que además de esquivar toda la porquería nos ha salido un nuevo problema si cabe más peligroso: la gran cantidad de cristales rotos procedentes sobre todo de vasos y botellas que nos podemos encontrar en nuestro camino.

 La gran mayoría son de litronas dando la impresión de que vivimos en una ciudad ribereña , en vez del Miño,  del Volga donde los cosacos después de apurar de un largo trago sus botellas las arrojan contra el suelo esparciéndose en cientos de añicos. Es una pasada la cantidad de ellos que hay y que obviamente nos hacen tener muchas papeletas para pinchar las sillas.

Como consecuencia de esta invasión de vidrios me he visto en algún momento aturdido sin saber  por dónde tirar ya que a diestro y siniestro me encontraba rodeado de los putos cristales, era como estar metido en un campo de minas. Esto te llega a provocar un stress tremendo y consigue que no disfrutes de tu paseo por que llegas a obsesionarte con ellos. Me muevo más atento al suelo que a cualquier otra cosa.
Y  este es el  marrón que nos tenemos que comer desde hace veinte días los que nos movemos con una silla y vivimos en esta  vieja ciudad romana bajo el fantasma del aislamiento, asediados por toneladas y toneladas de basura, con una generosa alfombra de cristales y  envueltos en un hedor que cada día se hace más irrespirable. Me viene que ni pintada la famosa pregunta de Cicerón a Catilina para ponerle un epílogo a este post, por que los clásicos también podían acabar hasta los huevos de ciertos elementos:

¿ Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?, ¿Hasta cuando Catilina vas a seguir abusando de nuestra paciencia?,

pues eso.....¿Hasta cuándo?
Un saludo con mascarilla
Quili